Lo vemos cada día. Es una constante y es algo que funciona como obstáculo para de verdad sacar el beneficio máximo de entrenar o hacer ejercicio. Y es ese miedo con el que nos enfrentamos a entrenar. Es esa sensación de que “me voy a hacer daño” si hago tal o cual movimiento/ejercicio. Especialmente os ocurre a aquellos que lleváis tiempo sufriendo cualquier tipo de dolor. Y es normal. El miedo a que empore el asunto. Pero es un miedo infundado, en realidad. Es mayor el riesgo de no hacer nada por miedo a hacerme daño, que el hacerlo. Infinitamente mayor. Y nos han vendido desde diferentes perspectivas ese rechazo a levantar cosas que pesan porque me voy a hacer daño. Es tan grave esta afirmación, y es tan grave recomendar “tener cuidado” y no levantar pesos, que debería penalizarse a nivel profesional de algún modo. Así de claro. Es mala praxis. Es no tener conocimientos mínimos de fisiología del ejercicio, de biomecánica, de salud en general. Y que recoja el recado quien quiera. En esto no tengo matices. No hay grises. Hay blancos y negros. Moverse y entrenar es bueno y no hacerlo es malo. Somos humanos. Diseñados para movernos. Si se nos quita eso, el daño es gravísimo.
Voy a ejemplificar en uno de los casos más habituales, y es que cerca del 80% de la población refiere sufrir o haber sufrido dolor de espalda. 80%. 8 de cada 10. Es una auténtica barbaridad. Un dato así debería hacer replantear muchas cosas a mucha gente. A nosotros, al menos, nos supone trabajar mucho. Lo cual es bueno. Pero que a 8 de cada 10 personas les duela la espalda no, no es bueno. Ni se debería mirar para otro lado.
Existen muchos cuadros clínicos por los que puede doler la espalda. Existe, sin embargo, un hecho común. Falta de control motor a nivel de core. Es decir, no sabemos gestionar la estabilidad de nuestro cuerpo mientras producimos movimiento con las extremidades. Y cuando levantamos un peso o hacemos un movimiento comprometido desde esa falta de control motor, aparece el dolor y el daño tisular. Y esa falta de control motor es algo que debería dejar en entredicho en bastante medida el cómo crecemos y el cómo dejamos de lado la preocupación por tener un buen estado de forma/salud. Y aquí ya los culpables somos nosotros mismos. Porque si no sabemos ni tenemos un mínimo esquema corporal es porque nos “hemos dejado”. Y esta falta de control motor provoca dolor. Tal como suena. Y tan sencillo como esto. Blanco. O negro. Me da igual. Pero no tener control motor provoca dolor.
Luego entra en juego la segunda cuestión. Que es la falta de fuerza. La fuerza no es solo “tíos” musculados levantando barras enormes cargadas de discos y gruñendo como hombres de las cavernas. Ni son competiciones de culturismo. Ni son “The Rock” o “Superman”. Que no que no. Quítate esa imagen de la cabeza. Fuerza es sinónimo de función muscular. Es decir, es que el músculo, ese tejido que tienes en el cuerpo y que hace que te puedas mover, funcione correctamente en una de sus muchas funciones. Así que no. Fuerza no es “mazarse” (o estar “mamadísimos”, como dice ahora la generación Z). Y en el caso que hemos ejemplificado, falta de fuerza implica dolor. También es sinónimo de dolor de espalda. Si la musculatura de tu espalda no es competente (término que usamos en la práctica entrenadores y fisioterapeutas), pues acabará doliéndote. De nuevo así de sencillo. Así de simple. Así de blanco. O negro.
Y si a esto le sumamos que cuando nos escudamos en el miedo a movernos lo que solemos provocar es comportamientos sedentarios, y que el sedentarismo es una de las principales causas de mortalidad del “primer mundo”, la cuenta sale fácil. El miedo a moverse provoca más dolor que el propio movimiento. El miedo a entrenar provoca más dolor. El miedo a levantar cosas que pesan provoca más dolor. Y entrenar, movernos y levantar cosas que pesan, mejora nuestra salud de una forma que no imaginamos muchas veces. Con muy pocos efectos secundarios: agujetas al principio y alguna sobrecarga o pequeña rigidez muscular de vez en cuando. Pero a cambio de eso, seguramente ese 80% bajaría drásticamente.
Eso sí, y como siempre, bajo la supervisión de profesionales. De gente formada, de gente con estudios y honestos. Vendehumos y cantamañanas hay muchos, pero se les pilla fácil. Y cuidado con “hacer el burro” por nuestra cuenta propia. De verdad, que hacer un buen entrenamiento bien programado y supervisado tiene muchos efectos beneficiosos. Y eso no vale dinero. Al menos, no el que cobramos.
Yo te acompaño en el camino.
Un abrazo